Puercos en el Paraíso es una sátira, política, literaria y divertida. Un ejercicio de libertad de expresión, es también una crítica a la religión en la política, concretamente al evangelismo estadounidense.
Cuando Blaise da a luz a Lizzy, el "ternero rojo" en una granja israelí, la muchedumbre acude en masa para presenciar el nacimiento milagroso que marcará el fin del mundo y el regreso o la llegada del Mesías, según el bando que sea, cristiano o judío. Pero cuando la promesa del final llega a su fin y el ternero rojo queda manchado, ya no es digno del sacrificio sangriento, los fieles de todo el mundo se muestran cabizbajos. Para entonces, dos ministros evangélicos, como representantes de una mega-iglesia de Estados Unidos, han llegado. Llegan a un acuerdo con el moshavnik israelí, y los animales de granja israelíes vienen a América.
Mientras tanto, el Papa Benévolo absuelve a los judíos, canta karaoke con el rabino Ratzinger, y Boris, un jabalí de Berkshire y Mesías animal, es servido como plato principal en la última cena. Para no ser menos, los ministros protestantes celebran un belén y, justo antes de que los animales se embarquen hacia América, la mula Mel se eleva y se convierte en Papa Magnífico, resplandeciente con saco de lino blanco, cruz pectoral y zapatillas papales de cuero rojo.
Una vez en América, los animales son transportados por medio país hasta Wichita, Kansas, a tiempo para el desfile de la Pasión antes de llegar a su destino final, una granja cristiana. Siete monitores de televisión, sintonizados con sermones eclesiásticos las 24 horas del día, se yuxtaponen con escenas de un granero, un auténtico circo. Al cabo de un rato, y sin poder aguantar más, echan a Mel del granero. Y Stanley, Manly Stanley, el semental belga negro de la leyenda (guiño, guiño), echa a los monitores de televisión para que guarden un momento de silencio, dando una oportunidad a la paz, aunque sea por poco tiempo.